Visita al Museo del Cáñamo de Callosa de Segura

Visitamos el Museo del Cáñamo de Callosa de Segura de la mano de su fundador, y descubrimos que esta ciudad es la primera productora nacional de hilos y redes de fibra sintética, gracias a la desaparecida industria artesanal del cáñamo que se desarrollaba en la zona.

En un antiguo matadero en la entrada al mítico pueblo del cáñamo Callosa de Segura, en la localidad de Alicante, entre cañas y barro, se encuentra el Museo del Cáñamo.

Museo del Cáñamo de Callosa de Segura.

El edificio se divide en dos naves, una dedicada al tratamiento de la planta del cáñamo, y otra al resultado final de la fibra y sus dos antiguas industrias.

Roque nos recibe en la puerta, el museo permanece cerrado y se abre para las visitas programadas, y pese a que nos costó bastante poder contactar con la persona indicada en el Ayuntamiento, al final caímos en las manos de esta persona a la que le apasiona su tierra, el cáñamo y su cultivo tradicional y a la que agradecemos enormemente el maravilloso trato recibido.

Las paredes de la primera nave estaban cubiertas de viejas fotos a lo largo de un recorrido que muestran cómo era la vida antiguamente en Callosa de Segura, cuando sus campos estaban cubiertos de altas plantas de cáñamo, reflejando en blanco y negro los paisajes típicos de la zona en esa época que tantos recuerdan con nostalgia.

Aislantes, ladrillos, aceite de CBD,, son algunos de los productos que se realizan con cáñamo.

En la primera fase del museo, ajeno al recorrido programado por Roque y dando a entender que era una aportación reciente y personal, se encuentra un pequeño expositor de productos modernos que se realizan con cáñamo: aislantes, ladrillos, aceite de CBD… Roque tiene bastantes propuestas interesantes que cree que se deberían llevar a cabo en el museo, pero siendo un ciudadano de a pie con muy buen hacer, pero poca ayuda social y económica, estas ideas no pueden llevarse más a cabo de lo que su persona, y buena fe, puedan realizar.

La parte inicial del museo muestra la vida cotidiana murciana, la primera pared recoge los elementos protagonistas de las casas huertanas de la zona. Esparto, mimbre, madera, cerámica, materiales naturales con los que se fabricaban la mayor parte del ajuar de una vivienda de aquella época.

Las semillas son el secreto de este humilde museo y toda esta industria.

Con una pequeña cesta de mimbre en una mano, Roque sostiene un puñado de las semillas de cáñamo que contenía, y las devuelve en forma de cascada a la cesta apuntando que ellas son el secreto de este humilde museo y toda esta industria.

Dispuestas por la nave de manera organizada según su función, se encontraban piezas antiguas cedidas por los campesinos de la zona, guardadas por su desuso durante años para que nosotros podamos ahora entender el trabajo de antaño.

Profundizando en las fotos encontramos una más reciente en la que aparecen un grupo de personas ante un cultivo bastante grande de plantas de cannabis de gran altura. La fotografía era del año 1987 y mostraba el primer cultivo de cáñamo que Roque, en su proyecto de enseñar a la población los beneficios de su fibra, utilizó para realizar las primeras demostraciones en vivo del trabajo que se realizaba antiguamente en los campos de cáñamo, la recolección de su fibra y su tratado.

Actualmente, y después de 30 años, el 14 de agosto junto con las fiestas patronales, en la plaza del pueblo se realiza en vivo esta demostración nacional de los trabajos del cáñamo junto con muchas otras actividades gastronómicas y festivas.

Manteniendo la tradición.

Además llevan años realzando otro evento conocido como siega cultural, amparada por el ayuntamiento y que una recopilación de fotos nos indican que ya es tradición.

La visita continúa con la disposición de esos utensilios y herramientas agrarias con las que se preparaba la siembra – que solía ser de unos 200 kilos de semillas por hectárea -, se allanaba la tierra, se rompía para facilitar la germinación, podemos observar fotos del riego a manta con las acequias, y demás imágenes que nos cuentan el proceso de cultivo del cáñamo en Callosa.

Antiguamente, sólo les importaba la fibra que conseguían con el tallo de la planta, la vara, y los ramos de plantas secadas al sol, garbas, se golpeaban con una horqueta de madera para eliminar todo lo que no era tallo, lo que llaman la jargola. Los campesinos que querían recolectar semillas también, esperaban a realizar la siega unos meses, en vez de en julio, lo hacían en septiembre, y a este proceso manual de separar la semilla lo llamaban, la jimensa.

Preparando el proceso de extracción.

Estos procesos eran previos a la separación de la fibra del material leñoso del tallo del cáñamo: el embalsado. Los balseros disponían las garbas en unas balsas con agua durante varios días hasta estar aptas para la extracción de la preciada fibra.  Estas balsas, que solían medir unos ocho metros de largo por unos catorce de ancho y con metro y medio de profundidad, formaban parte del paisaje alicantino; sólo en Callosa existían 156. Para acabar de extraer la parte leñosa de la parte fibrosa se procedía a realizar el agramado. La agramadora es un aparato comúnmente fabricado en olivo, que consiste en un tronco tallado en V sobre el que encaja otro tronco más pequeño con una cuchilla. El agramador disponía las garbas sobre el tronco en V para golpear una y otra vez sobre ellas y así desmenuzar el material leñoso, para después ir extrayendo la fibra y agruparlas en fardos de 43,770 kg., un quintal (medida de origen aragonés).

Proceso muy laborioso.

Antiguamente se desechaban, pero actualmente esas virutas leñosas de cáñamo que se separan del material fibroso se utilizan para hacer diferentes materiales de construcción.

Roque cogió una garba y nos demostró el duro trabajo que se realizaba machacándolas una y otra vez y pudimos ver como iban saltando virutas leñosas y quedando largos mechones de fibra, así como escuchar el sonido tan característico de este oficio perdido.

Antiguamente Callosa de Segura, situada a los pies de una ladera de la Sierra de Callosa, podía verse inundada de carros tirados por animales que venían a descargar las garbas por el tratamiento artesanal que se daba en la zona, pero esta imagen no se ve desde el siglo pasado.

Las calles de Callosa guardaban casas de, en su momento, jóvenes emprendedores, que albergaban en sus plantas altas un obrador. En el museo podemos ver una preciosa maqueta artesanal muy detallada de este tipo de viviendas tan comunes en aquella época y de las que hoy en día sólo se tiene acceso a un par.

¿Qué se necesita para trabajar la fibra?

Para trabajar la fibra se necesitaban unas condiciones óptimas de humedad, para que no se parta la fibra al trabajarla, y de ventilación, para lo que utilizaban ventanas de cuatro hojas con las que regulaban la entrada de aire. En estas partes altas de la casa con ventanales de cuatro hojas se realizaban dos procesos muy importantes y, físicamente, duros de llevar a cabo. El espadado se realizaba colocando las garbas sobre una tabla vertical de madera y golpeándolas con una pala de madera hasta limpiarlas por completo de agramiza. Después se pasaba al proceso de rastrillado, que consistía en peinar manualmente los largos mechones de fibra, sobre una tabla con púas llamada rastrillo – las cuáles llevaban una placa con el año de fabricación, incluso algunas mostraban el nombre del obrero que la fabricó -, y los dejaba preparados para diversas labores.

Gracias a Roque, una vez más, pudimos escuchar un sonido que en la época en que estos utensilios estaban en auge se oía por las calles de Callosa constantemente. Resulta triste pensar que ese sonido de las fibras peinándose entre las púas de acero formaba parte de sus vidas, y hoy en día es irreconocible para las personas que no hayan pasado por este museo o profundizado en el tratamiento artesanal de fibras naturales.

Universidades europeas y americanas se trasladaron a Callosa de Segura.

Los trabajadores que realizaban estos procesos en los obradores, estaban constantemente expuestos a respirar millones de partículas de cáñamo, lo que les producía una enfermedad que provocaba dificultades respiratorias, esputos y fuertes fiebres, y que hasta la fecha era desconocida. Diversas universidades europeas y americanas se trasladaron a Callosa de Segura para investigar la enfermedad y observar a las personas afectadas, fue entonces cuando recibió el nombre de cannabosis. Las personas más sensibles a respirar esas partículas y que desarrollaban la enfermedad, no superaban los 40 años de edad, por ello se comenzó a dar incentivos a todos esos trabajadores que utilizaban bozo – una especie de mascarilla -, para reducir riesgos.

Tras salir de los obradores, las fibras estaban listas para su posterior proceso, dando lugar a diferentes productos; Pasamos a la siguiente nave.

Las fibras más cortas eran destinadas a la industria alpargatera. Las personas que desempeñaban esta labor eran en su mayoría, por no decir totalidad, mujeres. Las sogueras recogían en los obradores los mechones más cortos almacenados para este fin y los trenzaban. Para ello se bastaban de una silla, un moso donde apoyaban la trenza y su destreza manual. Un paisaje muy común de esta tierra era ver agrupaciones de estas operarias en corros trenzando cáñamo en las calles.

Por lo visto, en los obradores eran muy estrictos; cada mujer se llevaba de una vez tres kilos de fibra y tenían que devolver los mismos tres kilos en forma de trenza, ni un hilo menos. Roque nos cuenta una anécdota de antaño en que si las mujeres sabían que iba a haber merma, a la hora de pesar, mojaban parte de la trenza, o mientras trenzaban le metían alguna pequeña piedra para que pesara más, ¡tenían que tener buen ojo!.

La trenza la recibían los costureros para realizar el urdido, que consiste en dar forma a la suela para luego coserla sobre un banco de madera con herramientas típicas de la época. Posteriormente las zapatilleras añadían la lona a la suela mediante hilo de cáñamo y confeccionaban diferentes modelos de lo que conocemos como alpargatas, el calzado típico de la zona.

Un bello oficio que poco a poco ha desaparecido.

Sin embargo, las fibras de cáñamo que tras el rastrillado quedaron más largas, se utilizan para otro tipo de confección. El hilado convierte el cáñamo rastrillado en hilos de uno o más cabos mediante un trabajo denominado la carrera de hilar.

Debía ser muy impresionante ver a estas personas trabajar ya que disponían de una mena o rueda de hilar de gran tamaño y trabajando podían llegar a ocupar más de veinte metros de trayecto.

Una vez los hiladores terminaban los cabos, los rederos realizaban las redes de cáñamo, las cuáles tenían una gran demanda por aquel entonces.

Antiguamente, este material estaba tan bien valorado, que las balas de cáñamo, las trenzas, incluso las redes, se intercambiaban por viviendas o terrenos. Hoy en día estos trabajos se reducen a una actuación que realiza Roque con diferentes personas que aún conocen estas labores para no olvidar la tradición tan importante de Callosa.

Plástico por cáñamo.

La última parte de la visita muestra el por qué de la desaparición de tan bello oficio. La aparición del plástico convirtió al cáñamo en un material mucho más costoso de producir y difícil de trabajar, aunque Callosa, por su gran tradición artesanal, siguió a la cabeza a lo largo del tiempo exportando redes, sólo que en lugar de redes biodegradables, sintéticas.

Texto: @desayunoconweed